MM
Migue
Miguel
Decía Sigmund Freud que el ser humano es incapaz de concebirse a si mismo muerto. Su idea de la muerte siempre esta relacionada con la de los demás: siempre son los otros los que se mueren; y si piensa en la propia muerte lo hace desde el punto de vista de un espectador que permaneciendo. naturalmente, vivo, se ve en una posición que ha observado en los demás muertos. La muerte pues, por cerca que estemos de ella siempre es ajena. ¿Qué piensa un hombre que lo ha comido, que lo ha bebido, que lo ha vivido todo, ante la inminencia de su muerte? Como imagina su estado tras que sus dedos presionen la sencilla lengüeta metálica que acarician. Este hombre conoce bien la sensación y cual será el resultado de su acción pues el flamante rifle que ahora sustenta en sus manos ha sido compañero de muchas de sus aventuras. El hombre de la barba blanca no es anciano aun pero parece portar sobre sus hombros todos los trabajos, penas y fatigas de un mundo que considera agobiante e injusto. El prematuro anciano puede ver los agujeros del cañón, redondos, profundos y oscuros como un túnel inmenso e infinito conducente a ninguna parte. En que piensa ese hombre en esos momentos. Se dejará atraer por la mirada fría y desesperanzada del cañón, por la oscuridad fría, húmeda, anegada por arriba y por abajo de materia muerta e inerte, por líquenes, mohos y bacterias descomponedoras y componedoras a la vez. Baja por unas escaleras minúsculas y empinadas, la tierra del peldaño se pega en sus viejos mocasines, es un viaje a las entrañas de la tierra donde nada hermoso parece aguardar. La luz del candil tilila y parece que de un momento a otro podría apagarse sumiendo al hombre y su comitiva en la más profunda oscuridad. Al final ve, acogidas en las entrañas de la tierra como un niño en el seno de su madre, un mar de botella. La luz tenue refleja y salta sobre los vidrios cubiertos por el polvo acumulado en años de quietud. El hombre es un sibarita y ya no ve, en aquel lúgubre lugar otra cosa que el riquísimo caldo que contiene. Al hombre se le abre el paladar y nota la excitación vehemente de la pituitaria. El chorro cae fino, limpio y brillante con un sonido que embriaga el oído acostumbrado a escanciar el néctar de los dioses. El bouquet inmunda los sentidos con recuerdas gratos, a fruta y madera: grosellas, vainilla, torrefactos, el nectar inmunda su boca afirmando la impresión de los aromas en sabor tras las encías, sobre el paladar, entre los laterales y bajo la lengua. El liquido se desliza por la garganta: la sensación, el gozo es indescriptible. Encontrando una absurda pero buscada relación el hombre desliza, al compas del fluido, sus dedos por el gatillo. En el punto más álgido del placer el cuerpo cae pesadamente al suelo mientras la sangre en finas hilas sale entre sus labios. Hay en su boca, en las encias, en la lengua, en el paladar, el sabor áspero, astringente y agresivo del tanino más elaborado y firme que pudieran recordar sus sentidos ya anulados. La mano se habre tras glopear pesadadamente contra el suelo y salta de ella una copa de vino, aun marcadas sus paredes con tenues hiladuras de lagrima de vino tinto. En su particilar “rosebood” el anciano parece presentarnos con su ultimo aliento el resumen de lo que le ha hecho más feliz: La fiesta, los amigos, la vida vivida alrededor de una copa del mejor vino. El hombre se despierta sobresaltado, en su boca el sabor aspero, tánico le hace tragar saliva. Esta acostumbrado a esa sensación del día después. Abre la ventana de la habitación donde se hospeda, Un sol septembrino inmunda la estancia. El hombre está en la cima del mundo y se pregunta quien sería el anciano vencido de su sueño. El hombre juega con su recuerdo. Sabe que el viejo del sueño, es él: Ernest Hemingway Se pregunta ¿Qué piensa, que siente un hombre que lo ha bebido, que lo he vivido todo el momento antes de morir?. Cual seré su "Rosebood" particular. ¿Será, como en el film de su amigo Orson, el recuerdo de algo sencillo que amó y nunca pudo tener?, o como en el anciano de su sueño, el regusto seco pero glorioso de una copa del mejor vino Riojano. El hombre ha vivido mucho y le queda aun tiempo por vivir: No sabe cuanto. Ha estado cerca de la muerte tantas veces que no teme ese momento de un modo especial, pero ¿sería capaz de proporcionarse a sí mismo el definitivo fin?. El hombre no es capaz de imaginarse a si mismo muerto porque la propia muerte no esta en la experiencia del ser humano, solo el peligro, la posibilidad, la experiencia en los demás. El hombre coge la botella de vino que está sobre la mesilla, es un reserva de Rioja de añada excelente. Aun queda lo suficiente para una copa más, En sus dedos la tinta seca le recuerda las anotaciones hechas la noche anterior. Del exterior unos aires festivos llegan hasta él. La gente canta alegre una canción. Su letra, en castellano, no parece guardar mucha relación con el jolgorio que le acompaña, pero él sabe bien que quiere decir y no tiene por más que relacionarla con su reciente pesadilla: "Cuando yo me muera tengo ya dispuesto en el testamento que me han de enterrar, en una bodega, al pie de una cuba, con un grano de una en el paladar...." No, el ser humano no es capaz de imaginarse muerto pero este hombre, que no imagina como habrá de morir, se ve ahora así, como dice la canción: En esa oscura bodega de su sueño, al pie de una cuba de aromatico roble frances, y con el añejo sabor del nectar de una uva tempranillo pegado al paladar. Fin de “La Muerte siempre es ajena” Nota del autor: Ernest Hemingway, el gran escritor norteamericano, premio Nobel de lteratura, se quito la vida disparandose con su escopeta de caza en 1961 a los 61 años de edad. Al parecer, no quiso sufrir el deterioro que supondría la grave enfermedad hereditaría cuyos efectos comenzaba a sentir. Años antes, en septiembre de 1956, se había pasado por Haro visitado los calados y bodegas del Federico Paternina en Ollauri.
Relato corto 3.2.4
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Miguel Angel Ibarra
LA MUERTE SIEMPRE ES AJENA Por Miguel Angel Ibarra Moreno Escrito para el concurso de relato corto Paternina: “Vino y Hemingway”
En septiembre de 1956 Henest Hemigwey visito la Rioja con su amigo el torero Antonio Ordoñez. En esta zona de Haro visito las Bodegas Federico Paternina, Visita de la que quedaron una curiosa colección de fotografias propiedad de la bodega en que se ve al reciente premio nobel feliz, saboreando el excelente vino de estas Bodegas sitas en Haro y Olluri. Quizas sea esta la foto mas curiosa e interesante, en la que su amigo y el mismo aparecen encerrados tras las rejas de alguno de los “cementerios” de esta mítica bodega solicitando “mas vino” como sustento.