Muchos son los milagros que se atribuyen a la nuestra querida Patrona la Virgen de la Vega, en su mayor parte se producen como respuestas a las pequeñas peticiones particulares que cada día le formulan sus devotos Pero son los otros los grandes milagros colectivos, aquellos que se producían tras la petición del pueblo devoto en oficios solemnes o mediante multitudinarias rogativas, los que han quedado especialmente arraigados en la memoria colectiva de Haro. Milagros que por su inmediatez, efectividad e incluso espectacularidad han permitido al pueblo jarrero hacer gala y ostentación de una devoción que presta un beneficio singular a esta ciudad protegida bajo la advocación de su venerada Imagen de la Vega. De alguno de estos milagros nos da cuentas el que fuera durante muchos años capellán de la Basílica D. José Monroy Zunzunegui, dentro de las páginas de la novena que dedicó a Ntra. Sra. de la Vega; y así, por ejemplo, nos habla de una terrible plaga de langostas que asolaba los campos circundantes a la Villa y como el mismo día en que la imagen de la Virgen salía en solemne rogativa, el bicho destructor venia en enjambre a morir contra las paredes de su Santuario; o aquella terrible epidemia de cólera que diezmo la población Riojana a finales del siglo XIX, como tras una solemne e impresionante procesión en rogativa por las calles de Haro, el cólera dejo de azotar la población de modo casi inmediato bajando la mortalidad, otra hora dramática, a insignificantes porcentajes. No fue menos impresionante la ocasión en que debido a un pavoroso incendio provocado por un rayo en la torre del templo parroquial, que amenazaba con extenderse por toda la villa debido a un fortísimo viento de norte que soplaba aquel día, un nutrido número de ciudadanos, viéndose impotentes ante tan previsible tragedia, se dirigieron a la entonces ermita de la Vega con la firme intención de sacar de su camarín a la Virgen y llevarla en urgente procesión hasta las puertas de la Villa. Y así ocurrió que ante su presencia el viento amainó y cambio su curso dirigiéndose contra las laderas del Cerro de la Mota, perdiendo así las llamas su fuerza y su peligro hasta extinguirse el fuego, siendo tan notable tan colectivo milagro que durante siglos el cabildo y el pueblo de Haro ofrecieron un “Te Deum” en la basílica en recuerdo de semejante prodigio. Por eso secularmente el pueblo de Haro, había querido reservar la salida del camarín de tan milagrosa imagen para momentos excepcionales de necesidad extrema o desgracias que afectaran a la colectividad del pueblo jarrero, en la esperanza de que esta rogativa, constituida en sublime acto de fe y confianza fuera la máxima expresión de una plegaria, que todo un pueblo solidariamente lanzaba al aire y al sol del cielo en que habita tan excelsa y bondadosa patrona. Sin duda una de las ocasiones en que más claramente se producía esta necesidad colectiva era en aquellos años de sequía, en los que el pueblo, indefenso ante los elementos, se disponía resignado a pasar hambre y penurias, salvo que se produjera un milagro, ese milagro que esperaban del cielo con doble motivo: D. José Monroy también menciona en su novena la salida de la virgen de su camarín con motivo de alguna de estas sequías certificando siempre una feliz conclusión de la rogativa. Pero, a Dios gracias, en las postrimerías del orgulloso siglo XX los avances científicos y técnicos iban reduciendo cada vez más las ocasiones de autentica necesidad colectiva: Camiones de bomberos para los incendio, cientos de insecticidas para cualquier clase de plaga, medidas de higiene y adecuados medicamentos ante las epidemias, y pantanos, canales y diversos sistemas de riego habían permitido reducir notablemente esas típicas ocasiones que antaño justificaban las rogativas colectivas que la ciudadanía jarrera solía realizar a su patrona. Salvo por la terrible ocasión, nunca atajada, de la guerra, las salidas del camarín en el siglo XX se habían limitado a motivos más felices, normalmente de carácter religioso como la coronación canónica de la imagen, diversas concentraciones marianas y eucarísticas, etc. También podríamos achacar la moderna escasez de estas muestras de fervor popular a la conversión de los ciudadanos en personajes cada vez mas pagados de si mismos y aquejados de una vergüenza humana que les impedía dar ese primer paso para dirigirse a la Basílica de la Vega y sacar en procesión la imagen generosa de su patrona, demostrar así su fe y confianza en la intercesión de la Madre de Dios de la Vega. Y ocurrió, que allá en por la segunda mitad de la década de los 80 del pasado siglo se produjeron en la zona de Haro una series de periodos de sequía que pusieron en serias dificultades las cosecha y a los agricultores cuyo sustento, en buena parte dependían del riego de sus campos. Pero fue concretamente en el año 1986 cuando la sequía llego a unos índices de autentico peligro: A la escasez de lluvias habidas aquel invierno y en aquella primavera la población jarrera esperaba se sumara un verano, que habitualmente ya era seco. No había pues muchas esperanzas de que a corto plazo se arreglara la situación. Y efectivamente, pasó junio y luego julio y le siguió agosto sin que una sola gota de agua cayera sobre la ciudad y sus campos. El pozo de agua, situado en el alto de Santa Lucia, empezó disminuir su caudal y el escaso flujo que recibía de las fuentes y acuíferos exteriores no le permitían recuperar un nivel que paulatinamente iba decreciendo. Al claro perjuicio que esta situación suponía para los campos, en la propia ciudad se comenzó también a sufrir la escasez de agua, pues ésta no podía llegar a los pisos ni zonas altas como la coqueta urbanización construida hacia poco en la Atalaya de Haro donde tuvieron que ser abastecidos por bombas de agua y enormes mangueras que partían del centro de la ciudad. Se prohibió el llenado de las piscinas, y el riego de parques y jardines para reservar así el precioso líquido elemento para las más elementales acciones higiénicas para cocinar y beber. Uno de los recuerdos más tristes que tengo de aquel desolador verano lo constituyen los vasos de plástico: la calle llena de sucios vasos de plástico tirados por todas partes y que eran usados en bares y restaurantes de la ciudad debido a las dificultades que, para lavar la vajilla, ponían ya las autoridades. La herradura presentaba así un aspecto triste y sucio ante los muchos veraneantes y visitantes foráneos que quedaban extrañados de lo poco que quedaba de la clase y prestancia de que se enorgullecía tan noble ciudad. Terminó así una aciaga temporada veraniega caracterizada por la sequía y las restricciones de todo tipo y comenzaba septiembre con un periodo post vacacional que en nada prometía mejorar el panorama de los meses pasados. Y ¡llegaban las fiestas en honor de nuestra Sra. Virgen de la Vega!. De habernos encontrado un siglo atrás ya hubiera sido el momento de pensar en sacar a la Virgen en rogativa y los notables de la ciudad, las asociaciones agrícolas y cofradías religiosas ya se hubieran dirigido al capellán de la Basílica exponiendo la necesidad de sacar tan milagrosa imagen en procesión con objeto de pedir el fin de la sequía. Lo cierto que ignoro si hubo algún intento de este tipo, pero ¡No!, A finales ya del siglo XX, era muy difícil que ni laicos ni eclesiásticos propusieran en serio esta solución, que consideraban algo del pasado. Aunque hubiera que comer polvo y beber aire la vergüenza humana y tal vez, la falta de autentica fe no permitirían esta posibilidad. No obstante, seguramente fueron muchas las peticiones particulares que los devotos de la Virgen vertieron en la Basílica durante aquellos días, pero no existió ese deseable movimiento colectivo de antaño. No había, desde luego, ninguna previsión ni esperanza de que fuera a llover aquel 8 de Septiembre de 1986. La mañana había amanecido como todas las mañanas desde hacia muchos meses, con un claro cielo anticiclónico. El pisado de la uva, la bendición de las espigas y la ofrenda del primer mosto a nuestra Sra. de la Vega se había realizado en la mejor de las condiciones posibles e igualmente la ofrenda de flores y de piropos había resultado a la perfección, tenia motivos de orgullo, el flamante nuevo mayordomo de la cofradía D. Baudilio Álvarez, de cómo iba saliendo todo. La tarde era preciosa y tras la comida se dirigió hacia la Basílica de la Vega con el fin de prepararse para presidir la salida del suntuosísimo rosario de faroles que desde el año 1918 recorría solemnemente las calles de la ciudad, sin que nunca hubiera faltado a su cita con la fervorosa población jarrera que llenaba ya las inmediaciones de la Basílica. Los faroles estaban repartidos y dispuestos mientras la imagen procesional de Ntra. Sra. de la Vega se acercaba a la puerta de salida. De repente un sonido, primero lejano y luego cada vez mas cerca comenzó a hacerse notar en el ambiente. Los fieles que estábamos en la Basílica nos encontrábamos perplejos sin atrevernos a suponer lo que estaba pasando, hasta que un estruendoso trueno sobrecogió a todos los presentes certificando así nuestras sospechas. Efectivamente, al salir a la calle un fenomenal diluvio caía sobre el asfalto chapoteando las gotas violentamente en el suelo y haciendo correr ya ríos de agua por la calle. La multitud que esperaba la salida del rosario corrió a refugiarse dentro del templo llenándolo completamente y comentando incrédulos lo que estaba pasando: Todo parecía apuntar a que se estaba produciendo una típica tormenta de verano, aunque no de aquel verano. El mayordomo también salió preocupado hasta la puerta de la Basílica para valorar la situación, una auténtica cortina de agua apenas dejaba ver el exterior, prematuramente oscurecido, de la Basílica. Esperó a que el fuerte aguacero amainara para tomar una decisión. Como todos cuantos estábamos allí, tenía el deseo dividido, por una parte quisiera que escampara para poder sacar la procesión como cada año por la ciudad y por otro lado deseába que aquel benéfico diluvio continuara aún durante minutos e incluso durante horas, regando los campos y alimentando los prados, las fuentes, los acuíferos, los pantanos y depósitos que abastecían la ciudad librándonos así de la pertinaz sequía que durante meses había asolado los campos. Tras pasar un tiempo prudencial, por fin, el párroco de Haro y Capellán de la Basílica D. Basilio Pérez de Mendiguren se dirigió al numeroso público refugiado en el templo anunciado la suspensión de la procesión del Suntuosísimo Rosario de Faroles, en la exposición de los motivos no necesito explayarse mucho pues el ruido de la lluvia en el exterior argumentaba por si solo, sin embargo hizo hincapié en el hecho, que el mismo califico de milagroso, de que hubiera sido precisamente a la hora en que la virgen debiera de salir a las calles cuando el cielo se había desbordado para colmar el deseo y la necesidad de todos los jarreros por aquella agua generosa y abundante, que caía ya por nuestras calles y campos. “Recemos a nuestra madre de la Vega agradeciendo sus gracias y esta generosa lluvia que nos envía” fue la respuesta del párroco a tan singular episodio. Recogí entonces, quizás inconscientemente, la paradoja que suponía el que este milagro, supusiera una especie de rogativa inversa en el que el milagro se hubiera producido al revés de de lo que en tiempos pasados fuera habitual, cuando se sacaba a la virgen por los desolados campos para que se produjera el milagro. En esta ocasión la secuencia se había producido al revés: era como si la virgen se hubiera negado a salir en la ocasión que se esperaba que saliera pero sin que por ello hubiera dejado de otorgar el favor que en siglos pasados concedía cuando era procesionada. Un milagro por puro amor, que se significaba tanto en el hecho de conceder una lluvia que hacia meses no caía como que ésta se produjera justamente en el momento de procesionar un rosario de faroles que en setenta años no había dejado de salir. Lo mejor fue que aquella tormenta no fue un hecho puntal sino que a partir de entonces se produjeron con regularidad y en suficiencia las precipitaciones estacionales necesarias y hasta hoy, treinta años después, puedo asegurar que no se ha vuelto a producir una semejante sequía, que hubiera necesitado de una rogativa, ni ha vuelto a tener que suspenderse la procesión del rosario de faroles por motivo de la lluvia ni por otro motivo extremo. Por todo lo anterior titulo este articulo como “Un milagro paradójico ó el último milagro colectivo de la Virgen de la Vega”. Fin de “Un Milagro paradójico”.
Miguel Angel Ibarra
Relato corto 3.2.6
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UN MILAGRO PARADÓGICO (EL ÚLTIMO MILAGRO COLECTIVO DE LA VIRGEN DE LA VEGA) Por Miguel Angel Ibarra